miércoles, 9 de marzo de 2016

A quien madruga...

Una mañana solitaria, de camino al trabajo, un día tras otro igual, andando por esas calles oscuras, cuando ni si quiera las ratas salen de sus escondrijos por miedo a helarse. Caminando por mitad de la calle, soy su  dueño, se que nadie me ve, ni pasará, así que la calle es mía. Cuando de pronto veo un papel volar, acariciándome la cara con el viendo como si me llamara, invitándome a que lo siga con la mirada. Se detiene a escasos metros de donde estoy, sobre el frío asfalto me espera, doy un paso, el da otro, juega conmigo. Ya ha llamado mi atención, ¿Qué será? Intento acercarme, el sigue retrocediendo, un juego que no me divierte, pero el sí lo está disfrutando, por lo que decido mirarlo desde la distancia.
 Mi corazón se acelera, la manos me sudan, los ojos se me abren cada vez más, no es un papel cualquiera, es un billete, de ese color morado intenso, no, no puede ser. En medio de mi asombro, empieza de nuevo la carrera, el corre, yo mas. Un juego que no quiero que se alargue mucho, por lo que arriesgo todo, salto, corro, grito, todo es poco para llegar. El viendo es un gran competidor, pero tiene que descansar, por lo que yo obtengo la victoria. Agarro a mi prisionero con el corazón en un puño, pero lo agarro. Lo miro, lo acaricio, lo beso, al fin es mío, lo conseguí, este duelo ha sido duro, pero al fin hay un justo  ganador. No puedo creerlo, agarrándolo con las dos manos, impidiendo que huya de nuevo. Decido guardarlo, antes de que alguien me vea, busco con impaciencia y sudor mi cartera en el bolsillo. Un segundo round que no pienso perder de nuevo. Cuando me dispongo a guardarlo, lo miro una última vez, ¿será real? O ¿es un cruel sueño de mi subconsciente riéndose de mí? No, tiene que ser real, me acerco a una farola para verlo mejor antes de guardarlo, bajo la tenue luz lo observo, nunca he tenido uno entre mis manos, y nunca lo tendré, impreso en él había un mensaje: “totalmente realistas, busca nuestra copistería y te sorprenderemos”. Maldigo a su dueño, gritando teles blasfemias maldiciones que harían temblar a un demonio. Engañado, traicionado por el destino,  pensando que la vida es cruel. Cabizbajo y resentido, solo me queda retomar mi ruta hacia el trabajo.

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