Una mañana solitaria,
de camino al trabajo, un día tras otro igual, andando por esas calles oscuras,
cuando ni si quiera las ratas salen de sus escondrijos por miedo a helarse. Caminando
por mitad de la calle, soy su dueño, se
que nadie me ve, ni pasará, así que la calle es mía. Cuando de pronto veo un
papel volar, acariciándome la cara con el viendo como si me llamara, invitándome
a que lo siga con la mirada. Se detiene a escasos metros de donde estoy, sobre
el frío asfalto me espera, doy un paso, el da otro, juega conmigo. Ya ha
llamado mi atención, ¿Qué será? Intento acercarme, el sigue retrocediendo, un
juego que no me divierte, pero el sí lo está disfrutando, por lo que decido
mirarlo desde la distancia.
Mi corazón se acelera, la manos me sudan, los ojos
se me abren cada vez más, no es un papel cualquiera, es un billete, de ese
color morado intenso, no, no puede ser. En medio de mi asombro, empieza de
nuevo la carrera, el corre, yo mas. Un juego que no quiero que se alargue
mucho, por lo que arriesgo todo, salto, corro, grito, todo es poco para llegar.
El viendo es un gran competidor, pero tiene que descansar, por lo que yo
obtengo la victoria. Agarro a mi prisionero con el corazón en un puño, pero lo
agarro. Lo miro, lo acaricio, lo beso, al fin es mío, lo conseguí, este duelo ha
sido duro, pero al fin hay un justo
ganador. No puedo creerlo, agarrándolo con las dos manos, impidiendo que
huya de nuevo. Decido guardarlo, antes de que alguien me vea, busco con impaciencia
y sudor mi cartera en el bolsillo. Un segundo round que no pienso perder de
nuevo. Cuando me dispongo a guardarlo, lo miro una última vez, ¿será real? O ¿es
un cruel sueño de mi subconsciente riéndose de mí? No, tiene que ser real, me
acerco a una farola para verlo mejor antes de guardarlo, bajo la tenue luz lo
observo, nunca he tenido uno entre mis manos, y nunca lo tendré, impreso en él había
un mensaje: “totalmente realistas, busca nuestra copistería y te sorprenderemos”.
Maldigo a su dueño, gritando teles blasfemias maldiciones que harían temblar a
un demonio. Engañado, traicionado por el destino, pensando que la vida es cruel. Cabizbajo y
resentido, solo me queda retomar mi ruta hacia el trabajo.
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