Cuando tendría 12 o 13 años, la
semana santa, más que una semana de fiesta, era una semana de estudio, ya que coincidía
con el cambio de trimestre, y al contrario de la navidad o el verano, era solo
una semana, por lo que si te quedaba 3 o 4, era muy difícil sacarlas luego en
las recuperaciones. También podía ser un fastidio, porque si semana santa tocaba
a finales de abrir, por poner un ejemplo,
hacia un segundo trimestre muy largo, difícil de recuperar y un tercer
trimestre muy corto, donde tenías que juntar las recuperaciones del segundo, el
temario y las recuperaciones del tercero (sin contar la cantidad exagerada de días
festivos), por lo que perdías muchísimo tiempo. Un sistema poco pensado para mi gusto, ya que
poner una fecha fija, no es algo que mate a nadie, pero bueno, ese es otro
tema.
Fuera de todo ese caos, de
temarios y deberes mandados para solo una semana, nosotros normalmente la pasábamos
en casa de mis abuelos, donde veíamos las procesiones en la que participaba algún
familiar. Cuando éramos mas chicos la veíamos desde fuera, pero ya alcanzada una
edad, participábamos de maragullo (los que van vestidos con un cono en la
cabeza). Me acuerdo de algunos detalles que hacían que fueran noches
divertidas, por la que queríamos repetirla un año tras otro, aunque al final no
participamos en muchas.
La ventaja de ser maragullo, es
que tienes la cara tapada, por lo que siempre que veíamos a alguien, demasiado
atento de lo normal, seguramente buscando a un familiar, lo saludábamos, alegrándolo
en ese momento, y seguramente, confundiéndolo cuando recibieran su segundo
saludo, o cuando ya no le salieran las cuentas de la cantidad de gente que le
saludaban. A menudo, cuando eran niños sobre todo, te señalaban y gritaban el
nombre de la persona que pensaban que eras, volviéndole a saludar, para así “confirmar”
su teoría. O simplemente saludabas aleatoriamente, donde había gente que ponía caras
raras, ya que no esperaban que nadie le saludara. Esa diversión era un arma de
doble filo, porque las procesiones paran de vez en cuando, y si no calculabas
bien tu jugada, te encontrabas acorralado delante de esa persona, donde no sabías
que hacer, si seguir con la broma o hacer como que no existía.
Los maragullos llevan unas velas de cera
enormes, que tenemos que intentar tener encendidas todo el trayecto, cosa que era
condicionada si la chica que las volvía a encender era “mona”, donde misteriosamente,
a mi primo, se le apagaba cada 5 minutos, según él, el viento, aunque había veces que restregaba vela contra el
suelo, aplanándola, haciendo que costara mas encenderla.
No todas las noches eran divertidas, también hubo
alguna noche que nos llovió. Esas noches tenias que aligerar el paso, cosa que
a mí ya no me divertía mucho. La gente se iba, y los costaleros lo pasaban
exageradamente mal. Entre ellos mi padre, que si una noche normal, terminaba
con la espalda mal, una de lluvia que tenían que aligerar el paso tendría que
ser horrible. Me acuerdo que mi padre quiso cederme ese privilegio, su brazo de
costalero, aunque nunca pensé que tuviera la misma fuerza que él, por lo que no
llegue a sustituirlo.
P.D: Recuerdo que este texto son
recuerdos y sobre todo, que es del punto de vista de cómo pensaba de niño, por
lo que no me gustaría que se mal
interpretara, ni motivo de iniciar un debate religioso. Gracias por leerlo.
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