jueves, 11 de febrero de 2016

Un Beso sin código postal

Como cada mañana, estaba de pie en la cocina de la empresa, frente a la cafetera haciéndome ese horrible café, ese café que no sabes si te despierta el sabor o la cafeína. Todas las mañanas, todos los días, todas las semanas… iguales, ya no sabía en qué día, ni año vivía, daba igual si era domingo o lunes, mi jefe siempre tenía un dicho “El trabajo es el trabajo, si hay, hay que venir todos los días”, así que aquí estaba, otro día sin nombre ni numero.
Y como cada mañana, apareció por la puerta ella, la chica más hermosa de toda la oficina, que digo de toda la oficina, de la empresa… que digo de la empresa, del mundo, siempre acompañada de su compañera de departamento. Me quedo embobado mirándola, hoy la notaba distinta, resplandecía, estaba mucho más guapa de lo normal, y con una sonrisa de oreja a oreja, se notaba que hoy era feliz. En un instante se cruzaron nuestras miradas, un momento en el que me hipnotizaron esos ojos, pero que rápidamente pude apartarlos y sin poder disimular muy bien mi nerviosismo, agache la cabeza y me centre en mi café, ese café que estaba ya muy frio, aguado y que ni si quiera desprendía algún olor.
De repente oí una voz que me hablaba a un metro escaso:
                 - Buenos días Mudito, ¿Sabes qué día es hoy?
Un apodo bastante apropiado, ya que en estos 5 años de relación laboral, nuestras conversaciones habían sido casi siempre monosílabas y de escasos segundos, aunque se repitieran todos los días. Levanté la cabeza del café rápidamente, ahí estaba, con esos ojos verdes azulados mirándome. Embocé una tímida sonrisa y constaste:
             - No, ni idea, dímelo tu
En ese momento se le abrieron más los ojos, y con una risa, dijo divertida:
             - Es San Valentín
Cierto, pensé, ahora que lo decía, es verdad que todas las calles estaban vestidas con corazones y rosas. Ahora tenía una inquietud mucho más grande, porque me lo preguntaba a mí, que finalidad tenia esta conversación. En un segundo dude más de 1000 cosas que responder, pero al final lo hice, entre titubeos, pero lo hice:
             -  Es verdad, no me acordaba, pero… ¿Qué pasa en San Valentín?
Mi pregunta parecía que le divertía aun más, y con voz muy suave respondió:
            -  Vengo a por mí regalo
¿Regalo? ¿Qué regalo? Yo no había comprado nada, ¿es que se había hecho el regalo misterioso y no lo sabía? Estaba que me iba a dar algo, que contestaba, empezaron a sudarme las manos y no sabía a dónde mirar, aunque era imposible despegar la mirada de esos ojos, conseguí mirar de nuevo a mi café, que ya solo era un caldo helado. Al ver que estaba tan nervioso y que esto iba para largo, ella prosiguió:
             - Solo te pido una cosa muy simple, Un beso
Aun me puse más nervioso, la volví a mirar, pero no sabía que decir, empecé a notar que las orejas me ardían, se me seco la boca, ¿Qué decía? ¿Era una broma pesada?, podía ser tantas cosas, que solo se me ocurrió decir la estupidez más grande que no pensé:
             - Los besos no se regalan, se roban
Se separo un poco de mi, ya parecía que no le hacía tanta gracia el tema, se puso muy seria, entre cerró los ojos un poco y con una media sonrisa se quedo mirándome. Por un rato, no dijo nada, solo me observaba, como si intentara leerme la mente. En un instante, sin que yo pudiera ni mover un musculo, se acerco, enlazo sus brazos en mi cuello y con un suspiro cerro la boca, uniendo sus labios con los míos. Perdí la respiración, cerré los ojos para notar aun mas sus labios, esos labios carnosos, suaves, cálidos... en definitiva, perfectos ¿Era posible? ¿No había despertado aun? Si era así no quería despertar. El beso no sabía lo que estaba durando, pero cuando note que se separaban sus labios, no podía saber cuantos segundos, minutos, horas, días o semanas, habían pasado, solo que no quería abrir los ojos, por si despertaba. Cuando abrí los ojos vi como ella los abría lentamente, seguía notando que me faltaba el aire, así que cogí aire por la boca, rápidamente me puso un dedo sobre ella, y con los ojos vidriosos y medio sonrojada me susurro:
             - No digas nada.
Por suerte para mí, no sabía qué decir de todos modos. Embozo una sonrisa, se acerco de nuevo, me dio otro beso, esta vez muy corto, pero igual de intenso y se fue. Me di la vuelta inmediatamente para ver como se iba, parecía aun más contenta que antes, entre las miradas de todos los de allí presentes, que no sabían a quien mirar de los dos, perplejos aun por la imagen del beso, y la de su amiga, que se divertía aun más que nadie. Entrelazaron sus brazos y se dirigieron a la salida. Yo seguía mirándolas desde lo lejos, no podía moverme, no sabía que decir, no sabía que sentir. Cuando estaba cruzando el marco de la puerta, se dio la vuelta y con un dedo en la boca, mordiéndose una uña, me volvió a mirar, solo pude dedicarle una sonrisa tonta y sin darme ni cuenta desapareció tras la puerta. 

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